¡Carnaval!
Sí, es febrero y es Carnaval: Se escuchan los primeros bombos. La fila de autos llega hasta Maimará y el paso de hombre indica un pueblo de fiesta. A lo lejos se divisan las primeras calles de Tilcara, que se tiñen de colores, y unos locos con máscaras bailan sin parar al compás de la música en vivo.
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Los problemas parecen haber quedado en el olvido. Hoy todo es fiesta, disfrute, celebración. Hoy se desentierra el Diablo (llamado Pucllay en la lengua originaria) que había sido enterrado un año atrás, simbolizando la fecundación de la Pachamama (madre tierra), para que la siembra del año fuese rica y próspera. Hoy los diablitos bajan de las montañas y se dirigen a las sedes elegidas por cada comparsa. Estas sedes son casas de familia, que abren sus puertas gustosas para recibir el carnaval.
Cada comparsa tiene sus costumbres, directores, organizadores y responsables. Nada se deja librado al azar, desde la letra de las canciones hasta los colores elegidos por cada grupo. Mientras me reencuentro con las calles del pueblo, varias son las comparsas que desfilan por su plaza principal. Pero hay una, en particular, que me llama poderosamente la atención por sus letras y colorido: son los Caprichosos. Elijo seguirlos y les empiezo a preguntar sobre su historia. Entre otras cosas, me cuentan que se creó hace más de 20 años y que hoy en día es una de las más populares de Tilcara.
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Hoy es talco, témpera, nieve artificial y papel picado. Todos, visitantes y locales, quedan inmersos en la fiesta de la liberación.
Hoy todo es música, color y disfrute. Se baila desde el mediodía hasta bien entrada la noche. Se bebe sangría (vino mezclado con naranja), se masca coca y uno se entrega al carnaval.
Hoy ya no importa lo que fue ni tampoco importa lo que será. Solo se vive el presente en este ritual ancestral, donde la alegría pareciera no tener fin.
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