Pantufla, aquel viajero solitario
Nuevamente la palabra lo encuentra en la inmensidad de la soledad y en la tranquilidad de saberse pleno consigo, sentado en un bar que lo cautivó apenas ingresó.
En un barrio de casas bajas. Con una cerveza de compañera, la birome y el papel como entrañables partes de su cuerpo. En realidad, Pantufla tuvo que pedirle una lapicera a la joven que se había sentado en la mesa contigua a la suya.
Tampoco tenía su habitual cuaderno, entonces optó por las servilletas de papel que encontró cuando llegó al bar. Es que estaba recién aterrizado después de varias horas de vuelo, y solo había atinado a dejar su mochila y salir a descubrir el lugar.
Momento de lucidez del viajero
Como una tormenta en pleno desarrollo, cientos de ideas entraban en su cabeza y se escapaban hacia un lugar lejano. Estaba peleando consigo mismo una lucha sin igual, que por el solo hecho de darle batalla, ya significaba tener ganados varios rounds.
De golpe, en medio de sus pensamientos sombríos de eternas formas y colores, aparece ella. La musa inspiradora de esta historia. Su sonido se hace carne en Pantufla, y por sus venas empieza a circular ya no solo líquido rojo, sino también la adrenalina incesante que despierta el saber que después de ese momento ya nada sería igual.
El manifiesto del viajero
La música invadió el lugar. Y con él, todo su cuerpo. Los sentidos golpeaban las paredes. Y, como luces de colores, ingresaban en su cuerpo buscando alojarse en lo más profundo de su corazón.
Es que la música tiene ese no sé qué, que te llega y se queda para siempre en vos. Lo volvió más sensible, y el sol que entraba por la ventana se coló para siempre como acorde en sus oídos, y se posó en su pecho como un pájaro en el ventanal durante la primavera. Entendió, entonces, que tenía que confiar un poco más.
“¿Cómo?”, se preguntaba. Y ahí es cuando quiso empezar a enumerar una sarta de tips para despejar dudas y sacar miedos. Pero pronto se dio cuenta de que era más simple de lo que imaginaba.
Y esto fue lo que escribió en una servilleta de papel que dejó pegada en una pared detrás de su mesa:
“Está en vos, hermanx. Ponerle el pecho a la que veas negra es el primer paso. Porque acción mata miedo, ¡siempre! Y el resto tiene que ver con no mirar hacia adelante o hacia atrás.
Porque eso genera ansiedad por lo que vendrá y nostalgia por lo que se fue. Enfocate en el presente, en lo que sentís ahora, dejá el futuro para mañana y vas a ver que esto que te digo te va a resonar.
En serio, respirá y fijate cómo estás ahora. Accioná sobre eso. Sobre lo que querés lograr, y vas a ver que solito, a la larga, viene. Porque esa es la ley de atracción. Lo pedís (pero desde el corazón ehh!!), lo tenés.
Y ahí si, agarrate porque se te va a salir el alma del pecho y vas a andar mucho más ligero por este largo y sinuoso camino llamado vida”.
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